Albada 192





CUANDO LAS ALAS YA NO AGUANTAN
(30 de mayo de 2010)



Es tarde, casi las tres. El tic-tac del viejo reloj hace tiempo que se me ha llevado el sueño. Frente a la ventana, la luna llena del pasado jueves ha ido menguando poco a poco, pero pese a su perfil mordido, aún recuerda la que fue. Acabo de terminar la revisión de mi pequeña intervención en el curso multidisciplinar que sobre las brujas ha organizado la UNED para mediados de Junio. Lo he titulado Las brujas, entre la inspiración y el pretexto; un recorrido por el mundo del arte y de cómo los artistas han tratado a estos seres, la inmensa mayoría mujeres indefensas e inocentes, y las menos (una minucia si comparamos con las miles de personas-¿sesenta mil?- que fueron torturadas y quemadas) hermosas malvadas y celosas, viejas horripilantes, aterradoras y en definitiva locas.

Sumergirse en la historia del fenómeno de la caza de brujas es bucear en la gran facilidad del ser humano para tergiversar y emponzoñar las cosas, en la habilidad de cambiar la historia de la cultura y el progreso con poco menos que un gesto; es ver cómo unos cuantos son capaces de llevar al paroxismo a unos muchos; es volver a ver que ese pequeño manotazo que inclina la primera ficha puede arrastrarnos a todo el dominó de una manera y a un ritmo tan predecible como irreparable.
Asombra siempre, pese a que en Historia es una de las primeras cosas que aprendes, comprobar cómo los intereses de unos pocos (que curiosamente siempre están arriba), son el origen de auténticos disparates, causa egoísta que hunde en la desolación a toda una generación. Está bien, pues, reflexionar sobre lo que fuimos para evitar repetir errores, o al menos para entenderlos y entendernos, que a veces es lo único que nos queda (saber y ser capaces de disentir con criterio, aunque sea en el silencio).
Está bien, pues, este curso de la UNED de Teruel, y más porque va a tener como escenario el mismísimo Jabaloyas, nuestro hermoso pueblo de las brujas.


Como esta noche ya he terminado definitivamente mi exposición, y como el sueño no llega, me he distraído con los libros de pintura. Me he detenido en uno de ellos, contemplando la imagen que ilustra el título copiado en esta albada (la imagen me trae de inmediato el recuerdo de algunas de las caras que vi este jueves en el Congreso). El grabado de Durero, Melancolía, acapara toda una página. Es poco para semejante densidad de objetos que, minuciosamente trazados y aparentemente caóticos, rodean al personaje: un ángel sentado. Ángel que ya no vuela, con la cabeza apoyada en la mano y ojos terribles en la mirada perdida. Desparramados alrededor, cada objeto es un mensaje, un grito silencioso y condensado que nos ha trazado con maestría el buril del enigmático alemán. Una vez tienes las claves y comienzas a descifrar su significado, se te abre un mundo y comienzas a entender.

Al melancólico todo se le presenta como una interrogación obsesiva, sin el orden que le permitiría actuar. Al melancólico todo se le antoja sin salida. Dice el texto que acompaña a la imagen de Durero que casi todas las épocas “melancólicas” en la historia de la humanidad, se han caracterizado por una situación social compleja en las que cuesta orientarse y actuar en consecuencia.

Inquietud, tenebrosas visiones, confusión, aturdimiento… ¿indicios de que también nosotros estamos en plena fase melancólica, aunque la dichosa palabra ya no esté de moda? ¿Es este nuestro tiempo de melancolía, de hastio y atonía cuando las alas ya no vuelan?…

Miro por la ventana: la luna continúa en lo más alto, y me ha parecido –será el sueño– que una figura quizás ángel, quizás bruja, la ha partido con apenas el oscuro destello en dos. Es tarde, casi las seis. Apago la luz para intentar dormir la escasa hora que me queda. Quizás, si hay suerte, aún pueda soñar con las brujas buenas de Jabaloyas.

Albada 191




INSTANTES
(DdT 23, de Mayo de 2010)
Hay instantes que tienen toda la esencia de la vida detenida. No les sobra ni les falta nada. Son perfectos e inmejorables del mismo modo que los tres elementos: esfera, silencio y sonrisa inesperada.
Como si se tratara del más perfecto haiku, de la más hermosa fórmula matemática, si tenemos la fortuna de “saberlos”, la consciencia de estar viviéndolos, nos podremos considerar el más feliz de los mortales, el más sabio de los dioses, que es lo mismo.
Al final, resulta que lo mejor de la vida está hecho de esos presentes lúcidos en que comprendemos y sentimos que vivimos.

Desde la terraza ve los tejados del Teruel más viejo. Océano vertical de olas de tejas anaranjadas, al que le han salido flores azules, lunares de líquenes esmeralda, gatos que parpadean metafísicos, lagartijas perezosas y petirrojos jugando al escondite.
Al fondo, el cielo repleto de gritos de vencejos y el hilo del brillo del Turia, silueta agazapada, bordeando el perfil más bajo de la ciudad.
Siente, más que imagina, la agitación de los chopos que ya verdean, movidos por esa brisa primaveral de la ciudad.
Sacude la ropa al aire y el ruido sordo llena todo el espacio. Es el chasquido familiar de la tela mojada, estirada con ímpetu antes de tender. Arpegio antiguo que interpretó su madre y la madre de su madre.

Estás, lo sabes, en la mañana más honda de tu vida. Estás, lo sientes, tendiendo la ropa bajo el sol. Las pinzas, artefacto perfecto con cinturón engañoso de metal, te obedecen abriéndose y cerrándose en un incansable abrazo sobre la cuerda de tender.
Las manos se te han contagiado de la suavidad de la ropa. Te ha impregnado toda la piel ese olor a limpio y a bienestar, perfume de lo cotidiano a jabón de lavanda y hierbabuena.

La joven madre tiende las sábanas al sol más blanco, el de las mañanas.
A su lado, el pequeño juega con las pinzas de plástico. Hace trenecitos de vagones de colores mientras las viejas pinzas de madera suspiran, si supieran, por la caricia tierna e inexperta de sus dedos.

Estás, lo sabes, lo sientes, viviendo el instante: el aire agita las sábanas tendidas y el sol se cuela para tocarte. Estruendosos estorninos y luz cristalina, azul, de mi Teruel.
Tu hijo escucha; sus ojos redondos son dos universos: esferas, silencio y sonrisa inesperada.

Albada 190




ISOLINE O LA CASA ENCANTADA
( 16 de mayo de 2010)


"Partout où je pénètrerai, j'y apporterai le Bonheur et la Prosperité" (En todas partes donde voy, traigo la Felicidad y la Prosperidad).
La tarjeta-talismán tiene escrita la dirección. Se lee claramente: 42 bis, Avenue de Suffren, Paris.
Y está aquí: justamente en la misma acera donde Clarisse espera que termine aquel aguacero repentino.
La fachada con huecos pareados, recubiertos sus balcones de metal forjado. El arco del portal, 42 bis, con vegetación de piedra mórbida rodeándolo todo. La gran escalera y el pasamanos quizás de roble, del roble más suave que nunca ha tocado... y girar, girar, y dar la vuelta con cada peldaño alrededor del mástil dorado hasta terminar, ya mareada, justo a la altura de los ojos frente a la gran bola de cristal.
En el rellano, la puerta abierta. Vestíbulos, salones, sillones tapizados de terciopelo y cinta de pasamanería. Alfombras de lana, lámparas con pantalla y una atmósfera cada vez más palpable, táctil, como si se pudiera acariciar el aire.
Bañados por la luz, dragones, flores, insectos, pájaros de colores y sirenas. En cada pared los dibujos de la seda bordada parecen cobrar vida, una vida sin sol, tamizada por vidrieras ambarinas y cortinas quietas.
Por fin, en la habitación de techos redondeados, recostada sobre la chaisse longue, ella:
Isoline, le sorcière.
La misma mujer, la misma bruja que se anuncia con foto y con promesa (Passé, Present, Avenir) está ahora mirándola a los ojos.
Le pesa en la boca su sonrisa de postal. Son como dos en un espejo, o una sola en un espejo. Una de las dos, quizás las dos, no miran. Ya.
Un viento gélido arrastra papeles junto a la casa modernista de la Avenue de Suffren. Chantal ha recogido la vieja postal del suelo. Bajo un matasellos de 1900, la foto de una mujer y una dirección.
Y está aquí. Justamente en la misma acera donde se ha parado a contestar la llamada perdida del móvil.
Partout où je pénètrerai, j'y apporterai le Bonheur et la Prosperité". Isoline, le sorcière.



Albada 189



EN LA PIEL DE LOS OTROS
(DdT 9 de mayo, 2010)


Durante la primera noche dormí sin sobresaltos.
La quinta, mil cretinos me salieron a la luz sin fuerza, como esos cohetes borrachos que zigzaguean en la oscuridad para desaparecer luego sin un triste trueno, sin ni siquiera un amago de chisporroteo.
Cuando entré a la oficina lo hice repitiéndome mentalmente aquella frase, desgastada de tanto usarla las últimas semanas.
Si estás atravesando un infierno, sigue adelante y no te detengas, si estás atravesando un infierno, sigue adelante y no te detengas, si estás…-¡dichoso psiquiatra y dichosos mantras!
La caja de cartón pesa bastante, pero se que nunca será lo suficiente: la carga será siempre liviana como para contener dentro los recuerdos de veinte años… aunque nunca me detuviera, aunque siempre siguiera adelante acarreando mi pasado, siempre será demasiado ligera.
Primero, el archivador de abajo repleto de carpetas; luego, el segundo cajón con agendas garabateadas de años olvidados, tarjetas blancas de gente que en realidad nunca había conocido, bolígrafos sin estrenar, lápices mellados, más tarjetas, más sobres amarillos, más informes grapados en fotocopias borrosas e ilegibles… En el tercero, una goma redondeada, gastada, verde y otra rosa nueva, una bolsa vacía de clips, más sobres, más tarjetas… y papeles con mi firma, ¡cientos de papeles con mi firma ya inútil!.
Se que el contenido de la mesa de aquel despacho del fondo, abarrota ahora una caja de cartón absurda. Son tres cajones y un calendario de anillas, y la postal de Estambul pegada a la base del flexo y la funda con las gafas de cerca… todo, todo absolutamente innecesario, y todo me lo llevo.
Hoy, después de tantos días, estoy desasosegadamente calma, como ese mar plano a la orilla que se adivina bullendo el horizonte.
Nada que decir, la palabra es una llave, el silencio una ganzúa.
Escucho las noticias, leo periódicos atrasados acodada en la barra del bar... Estoy más atenta pero tengo más sueño que nunca.
Les llamo, me llaman; quedo con antiguos compañeros, todos con las mismas cajas de cartón repletas con el contenido de tres cajones, las postales de las vacaciones, los albaranes con sus firmas borrosas e inservibles.
Algunos dicen que van a volver al pueblo mientras hay quien asegura que en la otra ciudad, la vecina grande y enredada, podría haber más suerte. Teruel se queda pequeña y exigua, para unos; Teruel
se vuelve grande e inhóspita, para otros.
Esta mañana he madrugado de nuevo y he hecho el mismo recorrido de tantos años. Sentada en la escalera de la oficina cerrada, repito la frase subiendo y bajando la cabeza…
el paro, y sigue adelante y no te detengas…
Mientras sueño que un resorte mágico abre puertas secretas y entro en estancias infinitas, imagino que el infierno ha quedado al fin atrás.